Mensajepor reipu » 29 Abr 2020 20:11
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La noticia llegó como una jarra de agua fría. Estaba en su plenitud, ni demasiado joven para ser inexperto e imprudente, cometiendo errores estúpidos, ni demasiado viejo para no atreverse a lo que debía hacerse. Cierto que las hebras grises empezaban a dominar a las oscuras, pero se daba cuenta que le daban respetabilidad en el círculo de Lores, sobre todo ante los más jóvenes e impetuosos.
Haber podido llegar de nuevo a esos círculos había sido una labor de años, con golpes por las armas cuando fueron adecuados, bien medidos, sabiendo de antemano que ganaría; de intrigas y lealtades cambiantes, sin importarle ofender a quien ya no le era útil, guardando fidelidad a otros para mantener ese círculo de alianzas y vasallos sobre el que se sustentaba su renaciente poder; de asesinatos encubiertos, una daga en la oscuridad y otra para con el asesino para eliminar rastro. El más reciente logro la boda de su hijo mayor, Renard, y el retoño varón recién nacido. Si sobrevivía, era la continuidad de la casa Mansur otra generación más.
Quizá sí esas hebras representaran claramente cada uno sus esfuerzos. Y ahora... ahora le quedaban dos, a lo sumo tres años. Lo sabía. Había visto la misma dolencia en su padre, y antes en el padre de este. Había intentado prepararse para ello, pero llegaba más pronto de lo que esperaba. ¿De verdad era ya tan mayor como cuando murieron ellos? No lo parecía. Había pasado tan rápido el tiempo…
Fuera como fuera no podía caer en la autocompasión. Debía actuar. Como siempre lo había hecho. Debía llevar a cabo lo que llevaba trabajando junto al Gran Maestre de hacía años. Pero ahora, a la hora de la verdad, no parecía que el plan fuera tan perfecto. Se abrían las dudas. Y lo que estaba en juego no era sólo su vida, era la continuidad de los esfuerzos de su familia para volver a poner el nombre de Mansur dónde le correspondía, y más allá. Lo repasó mentalmente de nuevo, una vez más.
Nadie fuera del círculo íntimo debía conocer de la dolencia, como nadie la conoció antes con su padre. Cualquier signo de debilidad haría que los demás Lores se abalanzaran como buitres sobre la carroña. Si iba a suceder lo peor debía aprovechar bien esos años. Renard se quedaría con él. Debía acabar de formarle, y debía darse prisa por si la cosa salía mal, aunque sabía que lo haría bien, no tenía la menor duda. Y dos o tres años más acabarían de forjarle. Era un muchacho equilibrado que ponderaba las acciones antes de acometerlas, que sabía controlar sus pasiones ante el deber. Medía las consecuencias pero no le temblaba el pulso. Ojalá Pinaud fuera igual…
Esa era la parte más delicada, pero no había alternativa. Debía poner su vida en manos de su impetuoso hijo. Muy capaz, sobretodo en estrategia y combate, pero le faltaba temple para la diplomacia. Esperaba que los golpes de la vida lograran lo que él y el gran maestre no habían podido. Debía aprender a combatir esa ira que le perdía cuando había conseguido crear el clima adecuado a sus propósitos, torciéndolos, perdiéndolos. Y lo peor es que sus enemigos lo sabían y se aprovechaban de ello. Le provocaban para que él mismo se pusiera en evidencia o cometiera un error. Y eso le hacía enfurecer aún más.
Torció el gesto en una mueca para acabar suspirando con desánimo. No, no era un plan perfecto. Pero sólo podía mandarle a él.
Torek, el Gran Maestre, llevaba desde el tiempo de su padre dedicando esfuerzos en buscar un remedio. Y él también. Había invertido una parte de su fortuna recuperada con tanto esmero en la compra de aquellos manuscritos donde el Gran Maestre creía que podía haber algún indicio del remedio. El no poder preguntar abiertamente, el tener que ser discreto, había supuesto un sobrecoste. Pero no podía mostrar debilidad. Y al fin, no más atrás de un lustro, Torek había encontrado una pista. Efectivamente había un remedio conocido, la sencilla infusión de una flor con pétalos de color ámbar y tallo de infinitas y diminutas espinas. Pero no sería fácil. Que se supiera sólo crecía en una remota Isla perdida en medio del mar, sin apenas rutas comerciales.
Sí, mandaría a Pinaud, acompañado de su tutor Ozut para que le tuviera controlado y no se dispersara. Debían llegar, buscar cualquier herborista local y comprarla. Y si surgía algún imprevisto confiaba en que entre ambos lo resolverían para volver antes de que acabara la siguiente estación.
No era perfecto, pero era plausible.
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reipu el 30 Abr 2020 11:41, editado 1 vez en total.
Al menos moriré como he vivido: completamente rodeado de idiotas.
La fe es creer en lo que sabes que no es verdad.